Tradicionalmente han sido las poblaciones de Manises, Paterna, Alcora, las que han estado más vinculadas con la cerámica y las que le han dado mayor prestigio.

La producción de la cerámica en Valencia en las últimas décadas ha ido enfocada especialmente al sector del azulejo, posicionándose Valencia como la primera potencia exportadora de cerámica dentro de la Unión Europea y la segunda a nivel mundial, con el consiguiente impacto económico.

El prestigio de la cerámica valenciana es indiscutible. Sus famosísimos azulejos han “viajado” por todo el mundo. Nuestras cerámicas decoraron los Palacios Vaticanos en el siglo XV, gracias a la mediación de los Borja.

Más reciente es la cerámica-porcelana de Lladró. Sus piezas son codiciadas por muchos coleccionistas y se exportan prácticamente a todo el mundo. La firma tiene una única fábrica y está en Valencia. Aquí se diseñan y fabrican tras un proceso manual todas y cada una de las piezas que posteriormente son exportadas a todos los continentes.

En otro tiempo fueron muy característicos en Valencia los paneles de cerámica. Paseando por la ciudad los podemos descubrir en numerosos lugares, bien al lado de una Iglesia, un Palacio o en cualquier otro rincón rememorando algún hecho destacable.

El origen de la cerámica se remonta al Neolítico, hace unos seis mil años.

Cuando el hombre se hace sedentario se hace también agricultor y ve necesario el uso de determinados utensilios para preparar la comida y conservarla.

Desde sus orígenes hasta el día de hoy, ha habido una evolución en la cual la cerámica ha pasado por distintas fases.

La cerámica valenciana se ha ido enriqueciendo con la aportación de las diferentes culturas que han pasado por nuestro país.

La materia prima de la cerámica es la arcilla (silicato de alúmina). Se podía encontrar en forma de sedimento en las orillas de ríos, lagunas. La arcilla necesitaba otros elementos minerales como calcita, cuarzo, arena, que eran machacados antes de mezclarlos con el barro. Esto era imprescindible para dar mayor resistencia a las piezas en el proceso de cocción.

El moldeado era totalmente manual.  Mientras el barro estaba aún fresco se decoraba, utilizando algún objeto punzante para ir marcando el dibujo. Predominaban los motivos geométricos. A menudo se servían de las conchas de moluscos, espátulas, peines, o simplemente con las uñas.

Estas primeras piezas de cerámica además de tener un uso cotidiano para los alimentos, a veces también eran utilizadas en ceremonias rituales, como ofrendas.

La cocción se hacía colocando las piezas sobre un lecho vegetal (hojas, ramas, musgo). La hoguera ardía cociendo la cerámica a una temperatura relativamente baja entre 500 y 800 grados. El resultado eran piezas que podían presentar distintas tonalidades, ya que la temperatura no se podía controlar con exactitud y no todas las piezas cocían con los mismos grados.

Los iberos (siglo VI-V a.C.) introducen un importante cambio que consiste en la utilización del torno. Esto facilita el moldeado de las piezas.
Los iberos también introdujeron el horno de doble cámara y de tiro directo. La cámara de combustión iba enterrada en el subsuelo con un muro longitudinal en el centro o pilar alargado para soportar el peso del piso de la cámara de cocción.

En la Comunidad Valenciana se han encontrado hornos ibéricos en Borriol, Liria, El Rebollar (Requena), Elche. La mayoría datan de los siglos V – II a.C.

La economía para los íberos se basaba en el comercio. Esto hacía necesario disponer de vasijas adecuadas para proceder al transporte. Muchas de las piezas de la cerámica valenciana esta época tienen la base muy estrecha, incluso un poco puntiaguda para de esta manera poder encajarlas mejor en la quilla de los barcos.

En la época ibérica tenemos una gran variedad de piezas destinadas a distintos usos: platos, cuencos para consumo de alimentos, ánforas para conservación de líquidos y transporte, pequeñas botellitas para perfumes, urnas funerarias, etc.

La última etapa del período ibero coincide con el romano. La cerámica negra procedente de la Campania es típica de la cerámica romana, así como la sigillata o barniz rojo brillante.

La cerámica valenciana alcanzaría una gran expansión a partir del siglo VIII con la llegada de los árabes. Ellos aportaron importantes novedades como el uso de pigmentos minerales para obtener colores. El que más utilizaron fue el azul, obtenido a partir del óxido de cobalto. Con el óxido de estaño se conseguía el blanco, con hierro el amarillo, del manganeso se obtenía el negro, y del cobre el verde.

El artesano ceramista islámico perfecciona la técnica utilizada hasta entonces y crean el efecto vidriado. Una vez sometidas las piezas a una primera cocción, se les daba un baño de esmalte blanco de estaño. Al aplicarse luego el color, este se muestra con mayor brillo.

La decoración de las piezas de cerámica estaba muy influida por las creencias religiosas. Predominaban los motivos vegetales como el árbol de la vida, la estrella de cinco puntas representa la fusión del triángulo viril con el vértice hacia arriba, con el triángulo femenino con el vértice hacia abajo. La mano de Fátima es otro elemento muy recurrido en la decoración de las piezas. La representación de la figura humana estaba prohibida en la cultura islámica.

Se hacían sobre todo vajillas de uso doméstico.

Los azulejos ocupan un capítulo aparte en la historia de la cerámica. Aunque el origen está en Mesopotamia y Egipto hace 2600 años, a España los trajeron los árabes en el siglo VIII.

La palabra deriva del árabe “az-zulaiy” que significa “el ladrillito”, pequeña piedra pulida, y nos dio origen en español al vocablo “azulejo”, que sin embargo en valenciano no tomó la etimología árabe y se denominó “rajola”. Los azulejos podían ser cuadrados (rajoles), rectangulares (rajoletes), o hexagonales (alfardons). Se utilizaban para pavimentar el suelo combinados con azulejos rojos. En la pavimentación de los suelos, los árabes utilizaron la técnica del “alicatado”, que consistía en encajar piezas de cerámica de formas y tamaños diversos, como si fuera un puzle para crear un dibujo.

La ornamentación de los azulejos fue muy variada, combinándo motivos islámicos, y cristianos.

El color más utilizado en la decoración de los azulejos fue el azul, y esto llevó a difundir la teoría de que el origen de la palabra estaba relacionado con el color que más se utilizaba. Incluso la propia Real Academia de la lengua en su primer diccionario de la lengua se hizo eco de la etimología popular.

Los azulejos se realizaban a menudo por encargo, con emblemas de los distintos gremios.

Los azulejos de Manises sirvieron entre otros, para pavimentar los suelos del Palacio de los Papas de Aviñón, el Monasterio de Poblet, el Palacio de los Borja en Gandía y también para las estancias de los palacios Vaticanos. El rey Alfonso V “El Magnánimo”, encargó muchos azulejos para su Palacio en Nápoles.

Aún hoy se conservan azulejos valencianos en algunas iglesias francesas y napolitanas.

Otro tipo de azulejo muy característico es el “socarrat”, exclusivo de Paterna y Manises.

El “socarrat” es simplemente una pieza de barro cocido a la que se le da una capa de cal y sobre esta se aplica la decoración, habitualmente en tonalidades oscuras, negro, rojo. No hay una gran variedad cromática. Tiene una sola cocción. Las piezas de socarrat se solían emplear para decorar los techos de los Palacios Nobles, colocándose en los espacios entre las vigas. La decoración del “socarrat” toma como referencia básicamente cuatro motivos: Religiosos, mágicos (la mano de Fátima), social (oficios o escenas cortesanas), y heráldico.

plato reflejo dorado ceramica valencia
El siglo XV también nos trae la cerámica de reflejo metálico, de origen oriental. Es un tipo de cerámica que requiere un proceso mucho más laborioso. Se comenzaba haciendo la pieza de arcilla que era sometida a una primera cocción, obteniendo lo que se llamaba la pieza “bizcochada”. A continuación, y una vez seca, se le aplicaba el baño vidriado que básicamente contenía una cantidad de plomo y estaño con arena y material fundente. Seguidamente se aplicaba el color azul cobalto. La pieza pasaba al horno a una temperatura de 900 grados. Salía con un fondo blanco y los dibujos en azul. Entonces se aplicaban los dorados. Estos se hacían con sulfuros de cobre y plata diluidos en vinagre y aplicados con pluma o pincel muy fino.

Se procedía a una tercera cocción, esta vez a temperatura más baja.

En cuanto a la decoración, las piezas de reflejo dorado muestran a menudo la influencia islámica. En la cerámica de influencia cristiana, sin embargo, encontramos a menudo una temática de inspiración religiosa. Era muy habitual decorar los platos en ambas caras, tanto en el anverso como en el reverso.

Se realizaban piezas de formas muy variadas. Los platos más grandes eran llamados “braseros”. Muy del uso de la época eran las pilas para el agua bendita. Se solían realizar también en cerámica de reflejo metálico y se colocaban en la cabecera de la cama o a la entrada de la casa.

A lo largo del siglo XV surgen diversos gremios con la finalidad de defender mejor los intereses de los agremiados y proteger su oficio. Durante unos años los alfareros estuvieron incluidos en el gremio de albañiles y en 1500 crean el suyo propio. Algunos ceramistas del XV sellaban sus productos con su marca que tenían previamente registrada.

Los Duques de Gandía (Borja), contribuyeron a difundir el prestigio de la cerámica valenciana. Por otro lado, algunos pintores también representan los azulejos valencianos en algunas obras.

La cerámica de reflejo dorado entra en decadencia en el siglo XVII. Uno de los motivos, fue la apertura de nuevas rutas comerciales a través del Atlántico después del descubrimiento de América, lo que hace decaer el comercio valenciano.

Simultáneamente la azulejería de la cerámica valenciana entra en competencia con la de Talavera y sobre todo la de Sevilla a la que acabó imitando.
Por otro lado, se produce un cambio en los gustos.

Posteriormente, la llegada de los Borbones a la Corona española trae la moda de la porcelana a imitación de la china y que era muy del gusto de la Corte francesa.

Mientras se van abriendo fábricas especializadas en la creación de piezas más refinadas, la cerámica tradicional de Manises queda para la cacharrería de uso doméstico y piezas de uso cotidiano en las clases menos pudientes.

En Valencia la primera fábrica de porcelana fue la de Alcora, fundada en 1727 por el conde de Aranda. Se pretendía crear piezas de loza más refinada al estilo de la porcelana francesa de Limoges.  La fábrica se mantuvo activa hasta el año 1945.

La “crisis” en la cerámica en el siglo XVII y XVIII no afectó a la azulejería. Los azulejos valencianos en esa época se decoraban con escenas de campo, paisajes, con una clara influencia francesa.

En Valencia se hacen a menudo paneles de cerámica en los que se pintan escenas de la vida doméstica. Se utiliza para ello una amplia gama de colores. La complejidad de los temas pintados requería la mano de verdaderos artistas. El artesano no es solamente el ceramista que moldea y diseña, sino que debe ser también un buen pintor.

Durante el siglo XVIII la cerámica está influida por la de Alcora.

A lo largo del siglo XIX se mantiene la preferencia por la loza de porcelana cuidando mucho el detalle decorativo. Se imita el historicismo de las pinturas: ruinas, flores, paisajes. En esta época la producción de cerámica de reflejo metálico ha quedado relegada a muy escasas alfarerías.

Hay algunas piezas que son características en la cerámica valenciana local y que no encontramos en otras zonas fuera de Valencia, Una de estas es el “alfabeguer”, especie de jarrón con tapa diseñado específicamente para guardar la planta de la albahaca. Esta planta era colocada en su interior y perfumaba con su aroma la estancia donde era colocada. Una vez la planta se secaba, se colocaba la tapa que cubría el “alfabeguer” y quedaba como una pieza decorativa.

También fue muy popular la “mancerina”, taza creada especialmente para el chocolate. Se trata de un plato diseñado normalmente con la forma de la hoja de parra que tenía en el centro un hueco donde iba colocado un vaso también de cerámica, denominado jícara donde se servía chocolate. Esta pieza fue diseñada en 1640 por el Marqués de Mancera, virrey de Perú. Se dice que el Marqués padecía párkinson, por lo que le resultaba bastante complicado sostener la taza de chocolate sin que se le derramara. De modo que diseñó un plato con un molde en el centro donde encajar la taza. El diseño y uso de la mancerina muy pronto se extendió y no faltó esta pieza en las vajillas de los mejores Palacios. Al fin y al cabo, el chocolate en aquellos tiempos era un lujo al alcance de muy pocos.

Aunque las primeras mancerinas se hicieron de plata, pronto pasaron a realizarse en las fábricas de cerámica, siendo la de Alcora en la provincia de Castellón, la primera de ellas.

Durante el siglo XIX vuelve a tener gran expansión la azulejería. Es la época en la que se planifica el ensanche de Valencia y se construyen nuevos palacios para una pujante clase burguesa. Los azulejos de la cerámica valenciana son muy solicitados para cubrir el pavimento de las nuevas viviendas, así como también para la decoración de sus fachadas.

Entre finales del XIX y principios del XX llega el Modernismo, que afecta a todas las artes y especialmente a la cerámica. En ese momento adquiere gran protagonismo el elemento decorativo en la arquitectura y se recurre mucho a la cerámica para cumplir este fin.

El azulejo aparece en balcones, abundan en zócalos, bancos, así como los paneles de cerámica conmemorativos que se colocan en distintas partes de la ciudad.

El auge de la cerámica sumado a la reputación internacional que tenía Manises como centro azulejero, llevó a la creación de la única Escuela Oficial de Cerámica de España. El objetivo era formar a pintores ceramistas, pero también recuperar la tradición cerámica que había quedado un poco denostada con las últimas modas. De esta manera vuelve a las fábricas de Manises la cerámica dorada del XV.

En 1919 surge una nueva corriente artística procedente de la Bauhaus muy distinta al modernismo. Busca la belleza en el objeto sencillo y de uso cotidiano. De esta manera se le da una nueva dimensión al barro.

En los últimos años de la cerámica valenciana, el ceramista es mucho más que un alfarero o un decorador, busca nuevas formas, experimenta con otros materiales como el gres, el barro refractario.

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